viernes, 22 de junio de 2012

Revista Lathouses



 A modo de agradecimiento a la Diputació de Girona

Deseo agraceder a la Diputació de Girona, la aportación a la revista LATHOUSES. Psicoanàlisi i Cultura des de Girona, en sus siete primeros números, de los gastos de impresión, unos 800 euros por cada número.

Cierto es que, en esta revista, la cual presenta artículos culturales de muy diversa índole, o sea, no únicamente de psicoánalisis, tuvimos que poner en toda la contraportada de la misma un anuncio de la Diputació de Girona. Por otra parte, el monto que acabo de mencionar, obviamente, no cubría ni mucho menos el trabajo de las personas que participamos en la revista, publicación que, debo subrallar, llevaba el nombre de nuestra ciudad, Girona. Pero esto último no es los más importante. Nadie de la Diputació de Girona se puso en contacto con nosotros para sugerirnos ideas para la revista, y llegado el momento se cortó la aportación. Todo indica que esa es la idea que tienen algunos políticos, cierto, de la cultura que no sea de fiesta de pueblo.




EDITORIAL

No es por azar que LATHOUSES. Psicoanàlisi i Cultura des de Girona, vea la luz en la época del neoliberalismo capitalista, pues para quienes tenemos alguna responsabilidad en esta pequeña empresa clínica y cultural no nos es ajena la incidencia de las variantes culturales e ideológicas en la subjetividad.


José Miguel Pueyo










Quien puede negar que vivimos en la alèthosphère, en un ámbito o atmósfera de verdad formal poblado de lathouses, de objetos que constituyen el producto del desarrollo científico-técnico. ¡Quizá lo que no se conozca tan bién es que esos objetos prometen un imposible como es suprimir la falta estructural del sujeto, !, y así la causa de su insatisfacción. Jacques-Marie Émile Lacan (París, 13 abril de 1901–París, 9 setiembre de 1981) no dejó de subrayar ese engaño del discurso capitalista, discurso que el mismo formalizó en el año 1972. Nada mejor en ese sentido que leer el Seminario XVII, El reverso del psicoanálisis, del año 1969–1970, que en realidad es una continuación de lo establecido en el Seminario I, Los escritos técnicos de Freud, 1953-1954, para advertir el fracaso del sujeto de repetir en los objetos imaginarios que le ofrece el mercado, ya procedan del terreno científico o del misticismo religioso, el goce de la primera experiencia de satisfacción con la madre.

El siglo XVII marcó el comienzo de algo radicalmente nuevo, como es el anuncio de la «muerte de Dios», no sin relación con los descubrimientos científicos y los principios físico-matemáticos que cuestionaron el orden cósmico tal como era entendido por la tradición filosófica recogida por la escolástica. Las verdades ontológicas, a las que el psicoanalista francés se refería con otro término creado por él, lathousies, dejaron así paso a las de la ciencia (verdades formales), que por ese motivo se oponen a las de la metafísica (verdades ontológicas). Esa razón ha sido suficiente para que no pocos eruditos anunciaran la defenestración de los dioses griegos, así como una igual suerte que la acaecida a la mitología del país del logos para las religiones más próximas a nosotros. No se percataron, empero, que al hombre, quién sabe si para su bien, pero sin duda porque no es equiparable, mal que le pese al trasnochado conductismo psicológico, al resto de las especies animales, siempre le quedará volver al consuelo al menos que siempre le ofreció la religión, sobre manera cuando advierte lo que ya sabe, esto es, que las técnicas y los productos del saber científico no dejan de fallar.

No hay nada que aborrezca más el saber estadístico y el referencial que el sujeto viva, ya que el ideal de esos saberes es la desubjetivación del síntoma. El sujeto sigue siendo un sujeto-al-deseo-del-Otro, y contra esa razón estructural, causa de sus alegrías y de sus sufrimientos, nada pueden esos objetos privilegiados de las neurociencias que son los que engordan a los magnates de la psicofarmacología, pues la ilusión del goce de la pastilla, elevada hoy a la dignidad de semidiós, sólo se realiza en la inercia trágica de la pulsión de muerte. Se conoce bien que hace tiempo que a la psiquiatría dejó de interesarle el sujeto, y si su agente se detiene a escuchar las cuitas y deseos del paciente es por puro cotilleo. Y es que con esa historia, siempre singular, no puede hacer nada, nada salvo medicalizar el síntoma, y en el caso de que el especialista abrace la corriente humanística tal vez complemente la represión que opera la droga, para mayor oprobio a la verdad, con la ideología del consejo. No cabe extrañarse pues de que algunas personas busquen otra salida diferente a la medicina académica para sus desdichas y que asistamos, por lo mismo, al resurgir de prácticas tan impersemblants como la iriología, la hipnoterapia, el magnetismo, la sofrología, la auriculoterapia, la cartomancia, etc. Que ese juego no a dos sino a tres barajas del sujeto posmoderno sea hoy más que nunca consentido por todos muestra de qué manera se ha realizado la anhelada por no pocos nostálgicos relación entre razón y fe.

Quien se interese por la cultura y más aun por la clínica no debería ignorar que una consecuencia fundamental de la democratización de los objetos de consumo es el desfallecimiento de la Función del Padre, y que su función normativizante no puede ser hoy restablecida por el Superyó cultural ya que se ha producido una relajación de los clásicos ideales políticos, familiares, religiosos y educativos que lo conforman. En esta época de la inconsistencia del Otro, o si se prefiere del «Otro de la ley que no existe», y en donde la ética ha dejado su lugar a la desvergüenza, hay incluso quien se jacta de desconocer que con los objetos de la ciencia, un cucharada de magia y una pizca de religión, por separado o aliñados, el sujeto posmoderno soporta la pérdida del goce que implica su ingreso en la campo del Otro, en la dimensión de lenguaje que lo espera desde siempre. Freud decía que advenir sujeto-al-deseo (o sea, dejar de ser sujeto mítico de la necesidad, pura animalidad, para ser sujeto-al-deseo) suponía una pérdida de goce y que esa pérdida de goce implicaba para el sujeto el «malestar en la cultura». Pero el rasgo específico de nuestra época no es tanto el malestar en la cultura como un impasse ético, y eso en el sentido de que el imperativo del discurso del capitalismo tardío es ¡debes gozar más! Lo destacable aquí es que en esta época caracterizada por el decaimiento de la Función del Padre y la pérdida de los antiguos ideales y la aparición de otros, como la voluntad de goce y el rechazo de la imposibilidad, todo ello en el marco de la proliferación de los mass media, del auge de la mirada, de la segregación, de lo efímero de los objetos y de la ausencia de límites, aparecen, y por esos motivos, las «patologías del goce» en forma de ansia de dinero, de pérdida de sentido político y del bien común, así como las «patologías del acto» en las variantes impulsivas de la ludopatía, la drogadicción, l’assejament sexual y laboral, o el asesinato de mujeres por sus maridos, exmaridos o compañeros, y las «patologías del vacío» como la anorexia y la bulimia.

En este cruce de siglos, donde las civilizaciones se desangran ante un incierto devenir, cuando los objetos de consumo se proponen como la coartada ideal para obturar el vacío estructural que engendra el malestar y para reparar y aun crear una identidad para el sujeto, donde el padre ya no es más el trágico de épocas precedentes, y cuando esa voluntad de ignorancia que es el horror al saber parece haberse convertido en un bien común, viene nuestro deseo a renovar siquiera el gusto por la ilustración que deviene del fallo de los antiguos y nuevos discursos de dominio. Sea pues como contrapunto de la cosificación del ser humano, de la humillación que viene padeciendo el sujeto descubierto por Sigmund Freud y de la zozobra en todos los órdenes que implica la impostura del academicismo, lo que hoy comienza con el nombre de «LATHOUSES», construcción lacaniana que define a esos y otros aspectos de un mundo que, como el que nos ha tocado vivir, está poblado de objetos fetiches que, por constituir la mayor y más importante alienación conocida del sujeto, nos invitan a que su verdad oculta sea desvelada.

José Miguel Pueyo